Estremecieronse árboles y montañas, y todo ser en derredor se regocijó, pues por la infinita benignidad de los cielos, había sido otorgado al mundo un ser sin igual, que, fungiendo como un faro, habría de iluminar a aquellos que caminaban entre las tinieblas, para de esta manera, corregir cualquier desviación que en tanto tiempo alejo a todo arte de la sublimidad.

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incomparable en destreza y talento, dotado de gran sensibilidad, así como de todos los dones habidos y por haber, quienquiera que lo viese no podía concebir idea alguna que no fuese la de la perfección encarnada. Fueron estos atributos y más los que clementemente las divinidades brindaron en él a los hombres, como muestra de su infinita benevolencia.

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Así pues, en 1998, el trigésimo día del mes tercero, los cielos iluminaron la urbe de Bogotá, que increíblemente admirada, fue testigo del nacimiento de tan maravilloso ser, a quien se le dio por nombre, ya con un destino manifiesto, Wilmer Alexander, fruto de la unión de las familias Ramírez y Alarcón.

En un contacto constante con el mundo natural, gracias a su ascendencia proveniente del departamento de Caldas, la admiración por esta lo llevo a representar sus formas y criaturas por medio del dibujo a una temprana edad, realizando tal labor de forma magistral, plasmando la realidad de maneras pocas veces vistas, exaltando los dotes que el cielo le había dado, y magnificándolos con el paso del tiempo, tal como se aprecia en la obra “Otoño”, donde se puede observar el minucioso cuidado y magnificencia de su técnica a la hora de representar la realidad, la cual da la impresión de trasladar a aquel que la viese al lugar que sus ojos le muestran.